Las otras mujeres que inmortalizó da Vinci
- revistalaprensa55
- 18 may
- 3 Min. de lectura

Ginevra de' Benci, pintada entre 1470 y 1474.
La Mona Lisa, esa mujer a la que Leonardo da Vinci le arrancó una sonrisa, fue una de las pinturas favoritas del gran renacentista, quien la llevó consigo durante 16 años, añadiéndole siempre nuevos toques, pues era un perfeccionista notorio.
Como bien dijo: «Los detalles hacen la perfección, y la perfección no es un detalle».Tras su muerte, el retrato empezó a cautivar a quienes la veían hasta convertirse en, quizás, el más famoso, más alabado y más parodiado del mundo.
Y, sin duda, en la pintura más visitada de todas: cada año, alrededor de 10 millones de personas visitan el museo del Louvre y se estima que el 80% de ellas solo van para verla.
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Pintando mujeresEn el lienzo, Da Vinci tuvo una relación muy especial con las mujeres.Era innovadora y hasta poética.
Otros artistas del Renacimiento representaban a sus sujetos masculinos con personalidad y carácter, pero cuando se trataba de los femeninos, parecía interesarles solamente la belleza exterior.
Ni sus ojos ni sus expresiones dejaban intuir qué estaban pensando o sintiendo.Da Vinci, como maestro de tantas artes, también le prestó atención a lo que se veía en la superficie.
Ginevra de’ BenciEl retrato más antiguo que tenemos está colgado en The National Gallery de Washington DC, la única pintura de Da Vinci expuesta permanentemente en América.
La pintó en la década de 1470, quizás en 1474, cuando él tenía de 22 años y ella, unos 16.Es el año en el que se casó con Luigi Niccolini, así que podría haber sido un encargo de la pudiente e influyente familia florentina de Ginevra.
Pero pudo haberla retratado unos años después y, de ser así, quizás quien quiso que Da Vinci la pintara para tenerla siempre presente fue el estadista y humanista veneciano Bernardo Bembo, pues mantenía con Ginevra una relación platónica.

Cecilia GalleraniHoy, el retrato está el Museo Nacional de Cracovia, Polonia.La hermosa Cecilia Gallerani no te está prestando atención, aunque acapare la tuya.Hay algo que le interesa mucho a su izquierda, y es allá a donde dirige su mirada mientras acaricia al armiño exquisito que carga.
Aunque no se sabe con certeza el año exacto en que Da Vinci trabajó en esta pintura, tenemos una pista de cuándo la terminó, gracias a un soneto escrito por el poeta Bernardo Bellincioni.
La Naturaleza misma envidiaba una representación tan perfecta de Cecilia, «cuyos hermosos ojos hacen que el Sol parezca una sombra oscura», escribió en 1492, lo que significa que debió haber visto el retrato terminado con anterioridad.
Lucrezia GrivelliLa bella lleva una ferronière, una estrecha diadema con una joya adosada, que se coloca en el centro de la frente. No se sabe si el retrato lleva el nombre por eso, o la joya se empezó a llamar así por el retrato.
La identidad de La belle ferronnière (1493-1495) ha sido muy difícil de develar.Sigue siendo incierta aunque la mayoría de los historiadores del arte creen que se trata del retrato de otra amante del duque de Milán: Lucrezia Crivelli.Y, una vez más, un poema da pistas.
En este caso, el poeta es de Antonio Tebaldeo, quien fue tutor de Isabel de Este, marquesa de Mantua, gran mecenas de las artes y cuñada del duque.
Dice que la mujer «se llama Lucrezia, y a ella los dioses le dieron todo con mano generosa. ¡Qué singular su figura!«Leonardo la pintó, el Moro la amó: uno, primero entre los pintores, el otro, primero entre los príncipes».
El Moro era otro de los apodos del duque, Ludovico Sforza.

El primero en indicar que Lucrezia era La Bella fue Giovan Battista Venturi, un físico italiano que se instaló en París en 1796, donde estudió los cuadernos de Da Vinci confiscados por las tropas francesas en Milán.La obra es también conocida como «Retrato de una mujer desconocida o Retrato de dama».
Esa dama está separada de nosotros por un parapeto, y todo el cuadro evoca distancia y desapego.Su cautivadora mirada parece, a primera vista, retener la nuestra.Pero si la observas con atención descubres que ese honor no es tuyo: le interesa algo que está más allá.Parece responder a una llamada externa, lo que le confiere un aura de misterio.
Como otras obras, encarna las teorías de Da Vinci sobre los «movimientos del alma», esas sutiles manifestaciones emocionales que intentaba capturar para crear una representación psicológica más natural.Eso buscaba con la pintura que, argumentó en sus cuadernos, era la más grande de todas las artes porque podía invocar a tu amante.Una pintura pastoral, por ejemplo, podía recordarte, en invierno, el verano en el campo con tu amada
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