Por: Fernando Hiciano
La Federación Nacional de APMAEs ve con mucha preocupación la violencia escolar que se está generando a todo lo largo y ancho del país, entorpeciendo el proceso enseñanza-aprendizaje y conquistando espacios y formas de violencias cada vez más sofisticadas que van acorralando los sistemas de controles y normas escolares.
Mientras tanto, estos actos antisociales se dan dentro de las aulas de clases, y que a veces parecen pueriles, sin embargo, son emancipadas por pandillas juveniles que operan desde afuera de la escuela, provocando mucho pavor en los docentes. La violencia escolar brota por todo el país y ninguna provincia escapa de ello.
Y si no se cura pronto ese flagelo el proceso lógico, psicosocial y emocional que milagrosamente se da en la escuela podría sucumbir en un caos en el futuro próximo. ¿Son nuestros muchachos malos cuando participan en estas actividades indeseables? No. Las reflexiones dicen que el sistema, la familia y la misma escuela están fallando y deben dar una respuesta rápida para detener este desorden que podría crearles serios problemas a esta y a las próximas generaciones.
Lo sucedido en el municipio de Polo en Barahona raya en el colmo. Y de ningún modo se debe de tolerar, ni pasar paños tibios para aquellos que incurrieron en ese acto tan deleznable que ha merecido el repudio del pueblo dominicano. Hay que llegar a lo más profundo, aplicando un régimen de consecuencias porque este acto pudo crearle daños irreversibles a todos los afectados.
Es el momento que la comunidad educativa empiece a empoderarse de todos los procesos que se dan en la escuela, incluyendo también, todas las instituciones, negocios y empresas que están en el entorno escolar.
Mientras tanto, las autoridades correspondientes vayan creando programas constructivos de convivencia escolar, normas y disciplina para retornar un ambiente sano y seguro en la escuela. La familia continuará formando en valores a sus hijos porque no será la violencia con todos los signos de muerte quien someterá a la sociedad en sus espacios nocivos que atentan contra la paz de la familia.
La escuela no puede cargar sola la inconducta de los estudiantes. La familia debe estar vigilante de los nuevos comportamientos que van adquiriendo sus hijos. Acompañándolo hasta crear un ambiente favorable con la escuela, convirtiéndola en un espacio seguro y confiable. Mientras los padres van desarrollando sus actividades productivas fuera del hogar, estarán confiados que sus hijos no solo recibirán el pan de la educación, nutrición y otros servicios que llegan en los centros educativos, sino también que la escuela se constituya como garantía para mantener pura la integridad física y emocional de los estudiantes.
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