Por Pedro Pablo Yermenos

Cuando la atmósfera en ese especial hogar se tornó irrespirable, a él no le quedó más opción que marcar distancia definitiva.
Era su supervivencia o enloquecer los caminos que se le presentaban en función de la decisión que asumiera. Era obvio que tomara partido por la primera. Los acontecimientos, no obstante, no evolucionaron en la forma mágica que quizás pudo suponer.
Sus largos años sumergido en ese tóxico escenario, habían dejado huellas e impactado su actitud ante la vida. De una u otra forma, él se hizo parte de un problema ante el cual, todos los intervinientes desarrollaron relaciones de dependencia que exponía sus consecuencias perniciosas desde que alguna alteración de los vínculos se producía.
Meses después, empezaron a evidenciarse manifestaciones de desesperación por encontrar pareja. En su caso, el tema se complicaba por su obsesión de solo vincularse con mujeres jóvenes y aquellas que, en sus esquemas, consideraba hermosas.
Como ya no era un adolescente, la persecución de ese objetivo con frecuencia lo conducía a situaciones donde era víctima fácil de ciertas habilidades tan propias de algunos tipos de representantes del sexo femenino. En una de esas artimañas quedó atrapado y cayó en otro infierno alimentado con renovadas brasas para las que él no estaba preparado.
Una mujer bastante joven para él, pero no tanto para una maternidad que veía alejarse, vio en un hombre de sus condiciones, la oportunidad de resolver ese problema y garantizar un espléndido futuro para su descendiente. Logró engatusarlo y, de esa forma, salió embarazada. Aquella mañana dormía plácidamente cuando sonó el teléfono.
Su segundo hijo, quien lo acompañaba en sus trabajos agrícolas, había tenido un accidente muriendo en el acto. Estaba estremecido por la paradoja de que, al mismo tiempo en que esperaba un hijo otoñal, perdía otro. Son de las tragedias difíciles de superar.
Como suele ocurrir, la llegada de esa criatura vino a oxigenar una existencia que pugnaba por sacudirse del marasmo que tantos sucesos infortunados habían ido tejiendo. Fue sintiéndose feliz. Sentía que reiniciaba experiencias de las cuales no pudo disfrutar. La niña crecía sana y cariñosa con su papá. Pero las cosas con su mamá empezaron a deteriorarse como era previsible dada la consumación de su propósito.
La señora insistió en llevar la niña donde sus familiares en el extranjero. Él lo entendió y firmó la autorización que consignaba que el regreso sería en un mes. Jamás se produjo.
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