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Una radiografía a la violencia sexual

  • revistalaprensa55
  • hace 43 minutos
  • 3 Min. de lectura
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La alta incidencia y prevalencia de las agresiones, maltratos, abusos y violaciones sexuales contra mujeres, niñas y adolescente, penosamente no para. De cada uno que se denuncia o llega a los tribunales, tres o cuatro se quedan en el silencio y en el trauma de las víctimas, y, peor aún, cuando el hombre agresor se encuentra dentro de la casa, es cercano o aceptado por el entorno familiar.

En las últimas semanas, los monstruos violadores han llegado en manadas, endrogados y eufóricos en contra de adolescentes y jóvenes mujeres conocidas dentro de la comunidad, para agredirlas, violarlas, humillarlas, tratarlas como “objetos”, practicando el sadismo sexual contra mujeres indefensas y vulnerables.

Las agresiones y violación sexuales son más frecuentes contra mujeres en pobreza, de la marginalidad, de la exclusión social y en la indefensión aprendida. Los monstruos y depredadores de mujeres son el resultado de factores de pobreza estructural, de exclusión social, o el producto de familias rotas o disfuncionales, con deserción escolar, transgresión y conductas disociales en edades tempranas, adolescencia y adultez, pero también aparecen en cualquier extracto social.

Es decir, son jóvenes con abuso de sustancias, conductas de altos riesgos, disociales, sin propósitos de vida y, vida, con estilo altamente desafiante y peligroso.

Además, entre los agresores de mujeres, femicidios y violadores, hay hombres adultos, que le duplican y hasta les triplican las edades a sus parejas.

Estos depredadores se apoyan y legitiman sus comportamientos en los roles y patrones de un sistema de creencias de la cultura machista y patriarcal que sostiene un aprendizaje desigual y diferente según el sexo, la productividad, la fuerza, las habilidades y destreza para ser “hombre” activo, macho, desafiante y capaz de lograr lo que desea, sin importar consecuencias.

Los agresores sexuales ven a las mujeres como “cosas” “objetos” “circunstancia para el desahogo” “oportunidades” etc. Nunca miden proporcionalidad, empatía, capacidad de indignación o dolor emocional o social.

Vamos tan mal que ahora las violaciones sexuales son en manadas, con sadismo y con drogas; se muestran ante las redes validados, presentistas que lograron ser noticias y alcanzan notoriedad en una sociedad donde eran invisibles.

Esos indicadores son los resultados del machismo descompensado, disfuncional y atrapado en las viejas prácticas sociales de la violencia cultural normalizada.

Ahora hay que construir y trabajar por una nueva masculinidad, o por una masculinidad positiva, que puede desmontar el sistema de creencias del “macho disfuncional”, pero sostenido en la ignorancia, en los prejuicios, en los estereotipos y roles de una sociedad enferma y de pobre sistema de consecuencias.

La prevención, el diagnóstico psicosocial temprano, las políticas públicas de estrategia horizontal para responder con el rechazo social, la asertividad y dureza de la justicia, la garantía del sistema carcelario y los diagnósticos de psicopatía a los agresores, son de la respuesta esperada de la sociedad.

Me preocupa la falta de indignación social, de solidaridad, de compromiso y de apoyo a tantas mujeres violadas, agredidas, maltratadas en el entorno familiar, en la comunidad y en el trabajo; mientras la sociedad “mira al otro lado” “silencia” se ha vuelto pasiva, conformista y apática.

Las comunidades, las juntas de vecinos, la escuela, la salud, policías, bomberos y trabajadores, deben expresarse, hacer paradas, marchas de prevención y apoyo a las niñas, adolescentes y mujeres adultas, agredidas por los depredadores sexual.

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