Por Lissett Arnaud
Como cristianos, nuestro llamado principal es ser portadores de amor, comprensión y esperanza, especialmente en tiempos de adversidad y desafío. En momentos de crisis, la tendencia a emitir juicios o tomar partido puede parecer natural, pero en realidad, lo que se necesita es compasión, empatía y apoyo.
Estamos llamados a acompañar, ayudar, estar presentes y mostrar empatía hacia aquellos en necesidad. En nuestro entorno, hay muchas personas que sufren, incluyendo familias enteras, comunidades enteras, y autoridades que se han dedicado en cuerpo y alma a manejar estas situaciones difíciles.
Es crucial que, como hermanos en la fe, adoptemos una postura de sensatez, dejando de lado las disensiones y enfocándonos en lo que realmente importa: el bienestar y apoyo mutuo. Estamos llamados a ser luz en medio de la oscuridad, ofreciendo una mano amiga y un hombro en el que apoyarse a quienes lo necesiten. En vez de dividir, debemos buscar la unidad; en lugar de criticar, debemos ofrecer soluciones y aliento.
Nuestra misión es reflejar el amor y la misericordia de Cristo a través de nuestras acciones. Esto significa ser pacientes, amables, y sobre todo, comprensivos con las luchas de los demás. Debemos recordar que cada persona enfrenta su propia batalla y, como cristianos, nuestro papel es ser un soporte y un refugio seguro en tiempos de tormenta.
Al ser sensatos y evitar provocar divisiones, podemos contribuir significativamente al bienestar de nuestra comunidad. Esto implica escuchar activamente, ofrecer palabras de consuelo y, cuando sea posible, brindar ayuda concreta a quienes la necesiten. La verdadera fe se manifiesta a través de nuestras acciones y es en momentos de crisis donde nuestra fe se pone a prueba. Respondamos a este desafío con amor, esperanza y unidad, recordando siempre que juntos somos más fuertes.
La autora es doctora en Psicopedagogía.
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