Lo que tu hijo ve, tu hijo hará: el poder de la imitación en su salud oral
- revistalaprensa55
- 26 ago
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En la crianza, las palabras educan, pero los ejemplos forman. Cuando hablamos de la salud oral de los niños, la imitación y la disciplina se convierten en dos herramientas poderosas para que los hábitos correctos se conviertan en parte natural de su vida. Como padres, somos el primer y más constante referente, y la manera en que cuidamos nuestra propia boca influye directamente en cómo nuestros hijos cuidan la suya. Es que la imitación es una fuente de aprendizaje en silencio.
Desde los primeros meses de vida, los niños observan y reproducen gestos, rutinas y comportamientos de quienes les rodean. Un niño que ve a sus padres cepillarse los dientes después de cada comida, usar hilo dental o enjuague, aprende que esa es “la manera normal” de terminar de comer. Por el contrario, si percibe que el cepillado es algo ocasional o apresurado, tenderá a replicar esa conducta.
Si el padre o la madre se cepilla tres veces al día, el niño lo verá como parte de la rutina diaria.
Si el adulto se sienta en el sofá con un snack azucarado sin lavarse los dientes después, el niño también lo adoptará como aceptable.
La imitación es más efectiva cuando se convierte en una actividad compartida: cepillarse juntos frente al espejo, contar el tiempo con un reloj de arena o cantar una canción durante el cepillado. Este momento no solo refuerza la técnica correcta, sino que también crea un vínculo positivo con la higiene oral.
La disciplina no es sinónimo de rigidez, sino de constancia. En el contexto de la salud oral infantil, implica establecer horarios, rutinas y límites claros relacionados con la higiene y la alimentación.
Rutinas esenciales de disciplina oral:
Cepillado tres veces al día: después del desayuno, después del almuerzo y antes de dormir.
Uso de hilo dental: en cuanto la dentición permita, especialmente antes de dormir.
Visitas periódicas al odontopediatra: mínimo dos veces al año, aunque no haya molestias.
Sana alimentación, incluyendo las meriendas: evitar el consumo libre de golosinas, galletas, refrescos o jugos azucarados fuera de las comidas principales.
Cuando se establece una disciplina coherente, el niño entiende que estas acciones no son opcionales, sino parte de su cuidado personal, igual que bañarse o vestirse.
La imitación sin disciplina puede quedarse en un entusiasmo pasajero. La disciplina sin imitación puede sentirse como una imposición externa. Por eso, el secreto está en integrarlas. El niño debe ver y vivir el hábito en su entorno familiar, al mismo tiempo que se refuerza la importancia de cumplirlo siempre.
Por ejemplo, si un niño observa que su madre se cepilla con cuidado y sin prisas cada noche, y además existe una rutina fija de “hora del cepillado” antes de dormir, la probabilidad de que incorpore este hábito de forma permanente es altísima.
Los beneficios de esta combinación no tardan en aparecer. Los niños con buenos hábitos de higiene oral desde temprana edad tienen menor riesgo de desarrollar:
Caries dental: enfermedad crónica más frecuente en la infancia, muchas veces asociada a higiene deficiente y consumo frecuente de azúcares.
Gingivitis infantil: inflamación y sangrado de encías por acumulación de placa.
Maloclusiones agravadas: problemas de alineación dental que pueden empeorar si no hay un buen cuidado.
Mal aliento.
La prevención es siempre más económica, menos invasiva y más efectiva que el tratamiento de problemas ya instalados.
Pequeños consejos para los padres
Sé paciente: en los primeros años, los niños necesitarán supervisión activa en el cepillado; la motricidad fina para limpiar eficazmente suele desarrollarse hacia los 8–9 años.
Hazlo divertido: cepillos con colores o personajes favoritos, música o aplicaciones interactivas pueden ayudar.
Cuida tu ejemplo: si quieres que tu hijo use hilo dental, úsalo tú también y que él lo vea.
Reconoce y celebra: elogiar y reforzar el buen comportamiento motiva más que llamar la atención por el olvido ocasional.
La salud oral de los niños no depende de técnicas complicadas ni de productos costosos, sino de modelos positivos y rutinas firmes. Como padres, tenemos en nuestras manos la posibilidad de sembrar hábitos que durarán toda la vida. Al combinar la imitación con la disciplina, no solo enseñamos a cuidar los dientes y encías, sino que también transmitimos una lección de autocuidado, responsabilidad y amor propio.
En definitiva, lo que los niños ven, lo harán. Lo que practican con constancia, lo mantendrán. Y esa es la mejor herencia que podemos dejarles: una sonrisa sana y el hábito para conservarla.
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