La vida privada: La vida de los otros en la novela “Funámbulos” de Maryse Renaud
- revistalaprensa55
- 4 oct
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Desde la publicación de “En abril infancias mil” (2008), “El cuaderno granate” (2009), “La mano en el canal” (2012), “Retrato de ceniza” (2016) y “Azul mortal” (2019), entre otras novelas, Maryse Renaud, antillana francesa que escribe en español, ha venido trabajando sin prisa y sin pausa en la construcción de lo que he llamado “la literatura en tránsito”. Es lo que hacen los emigrados que, por los azares del destino, han venido a constituir comunidades híbridas en las que se destacan las lenguas y las razas como forma de identidad.
Ese emigrante ha puesto en tensión el relato nacional que fundamentó la constitución de los estados nacionales; donde la cultura, la lengua y la identidad se conformaron a diferencia de una otredad que hoy está en crisis. Por lo contrario, la presencia de ese Otro emigrante sacude los presupuestos de un relato que pretende quedarse inamovible en el tiempo. Las relaciones económicas y culturales presentan en los tiempos que vivimos una fisuras que no se pueden zanjar con convertir al emigrante en una otredad que no debe tener acceso los medios vida tal como la construyó la burguesía europea en el siglo XVIII
Desde hace ya buen tiempo, las comunidades de emigrantes han formado y perfilado sus cronistas y más que ellos sus artistas que van construyendo la otra perspectiva. Las nuevas miradas a un mundo híbrido que nadie puede parar. Y que la criminalización que comenzó a principios de siglo con la creación de la figura legal de “tráfico de humanos”, que no vino a cambiar ni a cuestionar los regímenes esclavistas históricos, sino a dar la base para criminalizar a las comunidades migrantes. Lo que ha permitido unir a su destino crímenes como las drogas, la prostitución y el terrorismo.
Esta literatura nos ha presentado el cuestionamiento de las identidades nacionales, el fracaso de los proyectos de nación en su formación de instancia que prefieren el dominio del poder y la violencia de grupos oligárquicos que usan el viejo concepto de democracia, como todos los conceptos de la contra-cultura, para afianzar el plan de los que fueron vencidos en las revoluciones burguesas. Es decir, para que la burguesía media arruinada con la globalización pueda crear un proyecto “democrático” de dominio de autarquías que construyen nuevos discursos para sus estrategias.
Desde el inicio de “Funámbulos» (2024) aparece un grupo de mozalbetes en un barrio de París. El escenario mismo plantea los orígenes de cada uno. Lo cual puede extender los hilos culturales desde México al Caribe, pasando por África e Italia, como a otras zonas de origen y desplazamiento de los nuevos actores. El mundo formal y cartesiano podría ser hibridado por la presencia de una otredad que enfrenta, no solamente la razón al surrealismo, sino las diferencias entre la visión de la vida, los problemas sociales y la nostalgia de otros espacios.
Pero lo que yo quisiera ver en estos personajes, los cuales he dado con una cierta intertextualidad, son algunos discursos del París decadentista, es ver como quedan atados una moral, a una forma de proceder que cuestiona los supuestos y las máscaras sociales. Un accionar que, además de la alianza de la pandilla, va creciendo en una construcción que explora la vida privada. Lo que fundamenta la novela como un género que pasa de lo civil, al exponer la situación de la vida social y lo personal como realización humana de los sujetos atados a una moral que contrasta con el espacio de llegada.
Bastien debe adentrarse en otros aspectos de la vida que rompen la moral establecida y hurga en las familias el peso persistente de las acciones que hacen presente el mal, la conducta, los secretos, las particularidades que se alejan de un ideal moral; que nunca se llega a definir. Preocupaciones que muestran hasta donde la novela puede ser la indagación de las acciones que son valoradas por los otros. Los pecados capitales y los pequeños deslices que hacen de la vida una pequeña comedia humana, aparecen aquí desde un punto de vista que recuerda el relato moroso que se va edificando en la metrópolis, pero que pronto viene a dialogar con los espacios indígenas y panhispánicos de un México añorado por Carlos de quien las ataduras familiares provocan que el hilo del destino llegue al espacio de llegada.
Este aspecto me parece crucial en este tipo de aventura letrada, una novela que recorre distintos espacios, que plantea perspectivas distintas de un accionar que se da en los orígenes de los personajes y en distintos espacios en los que viven o viajan. Parecería una especie de novela bizantina por el viaje del héroe, por las miradas y contrastes que hacen que surjan aspectos a explorar cómo la situación vital, los problemas políticos, las afiliaciones, las nostalgias y caídas que conforman la vida de nuestro tiempo.
Una pandilla que es en fin una pequeña colmena de personajes que entran y salen de cada parte de la historia en la que la doble vida, los disfraces y simulaciones de Batien parece ser el hilo que conduce desde el principio hasta el fin. Un fin que al tocar a África plantea la otra mirada que ya hemos visto con un saludo a la mulatez y su belleza. Y una áfrica que no se puede del todo recuperar y que viene siendo el último espacio de enredo de una pandilla. Que se forma a pesar de la vida de sus padres y madres que también son fuertemente juzgados por una juventud que enreda en su propia comedia humana.
Con esta novela vuelve Maryse Renaud al mundo adolescente como hizo en “En Abril infancias mil… a los fueros familiares como La mano en el Canal, a los contextos parisinos como en “El cuaderno granate”, a los espacios de la negritud como “Relato de ceniza”… una narrativa que ha perfilado con “Azul mortal”, y su contexto martiniqueño, antillano. Ahora este retorno a África también parece un contexto inesperado de la nostalgia de una cultura que cada día se hace más universal en la medida en que quedan las interioridades humanas que hacen de la obra un cuadro de colores, y espacios cambiantes.
En síntesis, “Funámbulos» de Maryse Renaud es una novela que se inserta en la literatura en tránsito, que he venido reseñando y conceptualizando como una narrativa de los sujetos desplazados, híbridos y profundamente marcados por la otredad. A través de la exploración de la vida privada de sus personajes, la obra desmonta las ficciones de la identidad nacional, mostrando los conflictos morales, secretos familiares, contradicciones culturales y simulaciones que habitan en la intimidad de los individuos emigrados. En un París plural y poscolonial, la novela se convierte en un espejo de la decadencia moral heredada y un laboratorio de nuevas subjetividades, en las que los discursos de género, raza y clase confluyen.
La narración se mueve entre la memoria y la denuncia, entre el mapa afectivo de los personajes y la geografía convulsa de los espacios que habitan: México, África, el Caribe, Francia. Esta fragmentación convierte a “Funámbulos” en una novela coral y bizantina, donde la pandilla juvenil funciona como metáfora de una humanidad transterrada. Renaud, con una escritura que recuerda a la de la “Comedia humana”, propone un viaje narrativo que, al tocar el fondo de la desesperanza y la imposibilidad de redención, también deja abierta la posibilidad de nuevas configuraciones éticas y estéticas, más allá de las fronteras del Estado-nación y del canon literario tradicional.
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