Luis Almanzar
Revista La Prensa
Gustavo Acevedo torneó con sus manos, finos muebles de caoba. Hizo camas para sueños profundos, comedores para manjares deliciosos, sillas y sillones, donde se sentó todo el mundo.
Pero (y antes que todo), don Gustavo fue el maestro, que en su humilde taller de ebanistería, recogió los niños del barrio, y de donde llegasen. Allí no solo que les enseñó su oficio, sino que también les dio lecciones de vida que los hicieron hombres de bien.
Gustavo Acevedo, llevado a la gloria del Señor por complicaciones de salud, deja un legado significativo de logros palpables a su paso por la vida.
Trabajó duro por largo tiempo en la ebanistería. De Salcedo, su pueblo, mi pueblo, salió para la ciudad de Jarabacoa. Allí vivió varios años. Luego recorrió otras partes del país, trabajando en su campo en los proyectos habitacionales que construyo el ex presidente Joaquín Balaguer durante los sus años de gobierno.
Regresó a su pueblo, al barrio de siempre, El Cementerio. Se ubicó frente al parquecito de Javillas, el de nuestra feliz infancia y allí, debajo de un frondoso árbol de tamarindo del cual queda solo un tronco disecado, abrió su taller de ebanistería. Recuerdo el polvo, el ruido, las lijas, los niños que entraban y salían, aprendiendo del maestro a hacer hermosos muebles, camas, mesas, sillas…..
"El no solo les ensenaba el oficio de la ebanistería, sino que para ellos era como su padre", me dice Gustavito, veterinario, uno de los tres hijos que tuvo el maestro con su esposa.
"No es porque es mi papa, pero Gustavo fue un gran hombre. Un gran hombre de familia, respetado y amado por todos", me dice Gustavito, con palabras entrecortadas, pero firmes.
Al final de sus días, don Gustavo le administraba a su hijo veterinario, la pequeña tienda de suplementos que tenía justito al lado de la casa. Allí le compre en alguna ocasión comida de perro. Siempre afable, siempre cariñoso, así lo recuerdo.
Su jornada concluyó en la vida hace unos días. La muerte es un proceso natural, al que nos debemos acostumbrar. Pero cuando un hombre bueno muere, nos deja de estremecernos y causarnos dolor. Así me siento yo, con respecto a la partida de don Gustavo, enterrado justo a una cuadra de su casa, en el viejo cementerio...a donde van llegando poco a poco aquellos hombres y mujeres nuestras, únicos e irreemplazables como él……..
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