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Pasión militar

Por Pedro Pablo Yermenos



Impresionó en el proyecto para hijos de colaboradores, organizado por el trabajo de su mamá, en el que participó. Jovencitos de último año de secundaria, perturbados por la incertidumbre de no tener identificado el destino profesional que darían a sus vidas. Todos, menos ella. A la pregunta sobre la vocación de cada uno, los demás vacilaban e iban de una preferencia a otra. Nuestro personaje no vaciló: Seré militar.

Desde niña se visualizaba perteneciendo a la Armada. Soñaba con lanzarse en paracaídas o entrenándose para pilotear aviones.

Sin embargo, sus posibilidades de alcanzar su meta eran escasas. Procedía de familia humilde, desprovista de circunstancias necesarias para lograr colarse en una selección que atiende más a conexiones que a méritos. Si esto último fuera el rasero, sería de las primeras en ser escogidas, porque condiciones le sobraban.

Su progenitora era persona tan querida, que las puertas que tocó se abrieron. Una aportó una comunicación; otra el respaldo de un militar amigo; se hicieron cadenas de oración. Asombraba su confianza en un final favorable. Reunieron los requisitos exigidos para tomar pruebas físicas y cognitivas. Los días señalados, su familia era un manojo de nervios. Ella, todo lo abordaba con ecuanimidad.

Mientras esperaban los resultados, los apoyos concitados activaban en interés de lograr que la decisión fuese tomada por rendimiento y no hacerla víctima de discriminación. Las expectativas crecían.

Les dieron un plazo para avisarles. Los días previos nadie dormía en su casa. Cada timbrada del teléfono incrementaba el rimo cardíaco de todos. Llegó la definitiva. La mamá recibió la noticia: Su hija debe presentarse a la sede el lunes, 6:30AM. Deben procurar el listado de cosas que debe traer. Lloraron; rieron; bailaron; celebraron; oraron; llamaron a sus amigos para agradecerles. Estaban eufóricos.

En menos de 48 horas, con préstamos, adquirieron la cantidad de objetos requeridos. No importaba. Era una deuda contraída con mucha ilusión y confiados de que el destino les recompensaría.

El domingo, víspera de la hora decisiva, la emoción adquirió las cotas más altas. Durante tres meses no volvería a la casa. Las visitas estarían restringidas. Pero a todos los sacrificios estaban dispuestos. En plena reunión familiar volvió a sonar el telefóno.

La propia mamá respondió con amplia sonrisa que fue apagada al escuchar las primeras palabras. Lo sentimos señora, la lista fue reestructurada y su hija quedó en el grupo de reservas. De presentarse una vacante, podría ser llamada.

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