Entre los diversos temas abordados recientemente en la cumbre del G-7 en Hiroshima, dos destacan por su naturaleza particular: la guerra de Rusia en Ucrania y las actuales tensiones geopolíticas, comerciales y tecnológicas con China.
Es tal la magnitud de esos conflictos que algunos analistas internacionales consideran que la humanidad está viviendo una nueva etapa de Guerra Fría.
Esto así debido a que desde que en febrero del año pasado se produjo la ocupación militar de Ucrania por parte de Rusia, tanto Estados Unidos como la Unión Europea han adoptado un conjunto de sanciones contra la nación euroasiática que han procurado su debilitamiento económico, político y militar.
Con el tiempo, los países occidentales han incrementado su participación en el conflicto bélico concediendo ayuda económica en miles de millones de dólares y dotando de equipamiento militar a las fuerzas armadas ucranianas.
Antes de la cumbre del G-7, lo que se debatía era si se otorgaba a los ucranianos aviones F16, misiles antibalísticos y otros tipos de armamentos sofisticados.
Todo eso, por supuesto, quedó resuelto, primero, con la visita que hizo Volodímir Zelenski a las principales capitales europeas y del Medio Oriente; así como luego por su comparecencia a la cumbre del G-7, donde recibió apoyo unánime de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, Canadá e Italia.
Con todo ese compromiso establecido, para Ucrania y las principales democracias occidentales, de lo que se trata es de conquistar lo que el presidente Biden ha denominado como “la derrota estratégica de Rusia en Ucrania”.
Ahora bien, ¿qué significa eso exactamente? ¿Significa que Ucrania, con la ayuda de Occidente, podrá derrotar militarmente a Rusia? ¿Que Rusia tendría que abandonar todo el territorio ocupado desde el 2014, incluyendo la península de Crimea y la base naval de Sebastopol?
¿Qué pasaría, si después de esa proclama, ocurriese lo contrario, esto es, que Rusia no ceda territorio? ¿Quiere eso decir, entonces, que Rusia habría vencido a todo el mundo occidental? Si fuese así, ¿cómo interpretar semejante situación?
Reacciones del dragón
En paralelo a la celebración de la reunión del G-7, China, por su parte, convocó a su propia cumbre. En un gesto simbólico abrió su alfombra roja en la ciudad de Xi’an, una ciudad clave en la antigua Ruta de la Seda, a cinco países de Asia Central, antiguas repúblicas de la Unión Soviética.
Con la presencia de los líderes de Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, China quiso enviar el mensaje de que hay un orden internacional diferente al que se promueve desde el mundo occidental.
Fue en Kazajstán donde, en el 2013, Xi Jinping lanzó su iniciativa de la franja y ruta de la seda, un plan de inversión de un trillón de dólares, para la construcción de proyectos de infraestructura para países en desarrollo cercanos al gigante asiático.
El gobierno de Estados Unidos ha sostenido que China, bajo el gobierno de Xi Jinping, se ha propuesto como objetivo reformar el sistema internacional, liderado por occidente, para construir un sistema alterno, más afín a sus intereses nacionales.
Frente a ese criterio, China ha sostenido que los países occidentales, liderados por Estados Unidos, han implementado la contención, el cerco y la represión general de China, lo que ha traído desafíos severos sin precedentes, para el desarrollo de ese país.
En principio, Estados Unidos se planteó el aumento de los aranceles a las importaciones de productos provenientes de China en el mercado norteamericano, como forma de equilibrar el comercio entre ambas naciones.
De igual manera, exigió al gobierno de China no manipular su política monetaria para abaratar sus productos y generar competencia desleal con Estados Unidos. Pero, la situación se ha tornado más tensa cuando el gobierno norteamericano ha bloqueado empresas tecnológicas de China, como Huawei, así como la suspensión de la venta de semiconductores avanzados y equipos para la fabricación de chips.
La República Popular China, por su parte, ha sancionado empresas norteamericanas con redadas, pagos de multas millonarias y otras restricciones de carácter comercial.
Las tensiones se intensificaron luego de que Estados Unidos derribara un globo chino que recorriera sin autorización el espacio aéreo norteamericano; por los reclamos de China sobre Taiwán y su extensión sobre el Mar Meridional y Sur de la China, así como por haber construido la armada más grande del mundo, que se desplaza libremente por el Indo-Pacífico.
Diplomacia de la Paz
El comunicado final de la cumbre del G-7 hace referencia a prácticas económicas coercitivas y abuso de posición económica dominante por parte de China frente a deudores u otros países, con la supuesta intención de desviar su libre voluntad política.
No obstante, la concepción inicial de Estados Unidos de eliminar la dependencia de la producción manufacturera de China, mediante un desacoplamiento, quedó matizada, al asumirse la postura más moderada de los aliados europeos, que se referían más bien a una reducción de riesgos en sus relaciones comerciales con China.
Eso era algo que de alguna manera podría preverse a partir de dos discursos recientes de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, quien hizo referencia a la necesidad de una relación económica sana con China, “una que nutra el crecimiento y la innovación en ambos países”.
A la animadversión creada por la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, empiezan a abrirse canales de comunicación al más alto nivel, con el secretario de Estado Antony Blinken y el secretario de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, todo lo cual apunta a que en lugar de una nueva Guerra Fría se produzca lo que en otros tiempos llegó a denominarse una política de relajamiento de tensiones.
El hecho de que en el propio comunicado se haya apelado a la Carta de las Naciones Unidas para la búsqueda, por vía diplomática, de una paz justa para Ucrania, son signos alentadores de que, a pesar del escalamiento en la retórica y en acciones belicistas en dos bloques de poder, el lenguaje de la paz empieza a encontrar espacio.
Ojalá así sea.
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