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Novela política

En estas obras, el escritor se compromete con la política actual del país, ya sea para explicar alguna situación determinada o para satirizar, protestar o denunciar hechos como la violencia política, la corrupción, la infiltración de grupos extranjeros en el país, la manipulación o el chantaje de los políticos, las amenazas o torturas del régimen, así como el anhelo por una situación mejor. Se encuentra íntimamente ligada a la Literatura del 68, a la Novela de la Guerrilla y a la Novela histórica, entre otras manifestaciones.

Tras la Revolución de 1910, este tipo de obras cobran un gran auge. En 1911, Florencio D. Palacios publica La púrpura de mi sangre, novela político-histórica sensacional. Cinco años después, Roberto Villaseñor saca a la luz El separatismo en Yucatán, novela histórica política mexicana.

Según el crítico Emmanuel Carballo, La sombra del Caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán, es la primera gran novela política mexicana. Sin embargo, ya antes se habían escrito obras que incluían el tema político. Emilio Rabasa lo había tocado en novelas como La bola, La gran ciencia (ambas de 1887) y El cuarto poder (1888). Mariano Azuela escribió también una serie de obras de tema político, como Los caciques (1917), Domitilo quiere ser diputado (1918), Tribulaciones de una familia decente (1918) y, compuesta en 1928, aunque publicada hasta 1937, El camarada Pantoja, que trata sobre los prevaricadores y lidercillos políticos.

Pero La sombra del Caudillo seguirá estando entre las mejores novelas políticas de México. Los hechos de esta obra ocurren en el México posrevolucionario y denuncia la ambición de poder que produce el fraude electoral. En su versión periodística, la novela incluía capítulos que fueron suprimidos en la versión autorizada, entre ellos, los que luego saldrían a la luz pública como una obra aparte: Axkaná González en las elecciones, publicado como libro en 1929 con el título de Aventuras democráticas.

Sobre el oportunismo político y la corrupción, destaca Acomodaticio. Novela de un político de convicciones (1943), de Gregorio López y Fuentes.

Tras la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, no sólo surge la literatura sobre el 68, sino que la novela vuelve con énfasis a la preocupación política y social. En El gran solitario de palacio (1970), René Avilés Fabila presenta con ironía la dictadura de un presidente a quien se le hace una cirugía plástica cada sexenio para que se perpetúe en el poder.

En Maten al león (1969), Jorge Ibargüengoitia nos otorga una versión irónica de la novela latinoamericana sobre la dictadura.

Carlos Fuentes escribe La cabeza de la hidra (1978), novela con importantes elementos políticos, relacionada con la llamada Literatura del petróleo. Juan Miguel de Mora incursionó también en la novela política, con obras como La rebelión humana (1967), Otra vez el día sexto (1967), publicada en 1980 con el título Y la tierra desaparecerá, Érase una vez un presidente (1976), El emperador (1978), Todesblock. Pabellón de la muerte (1980) y ¿Traicionará el presidente? (1982), sobre la injerencia de la CIA en la política mexicana. Los relatos de Roberto López Moreno que aparecen en Yo se lo dije al presidente (1981), tratan sobre la injusticia y el abuso de poder. También se abordan estos temas en Mal de piedra (1981), de Carlos Montemayor. En Batallas en el desierto (1981), José Emilio Pacheco presenta, entre otros temas, la corrupción del régimen de Miguel Alemán. Del mismo año es Manuscrito hallado en un portafolios, de Fernando Curiel, ficción política sobre el rumor en México de un golpe militar y donde se muestra la mala administración y la corrupción de algunos políticos. También se publica No habrá final feliz, de Paco Ignacio Taibo ii, donde se evidencia el papel de los Halcones en la matanza del 10 de junio de 1971.

Gonzalo Martré incursionó en la novela política, sobre todo con la trilogía compuesta por El Chanfalla (1979), Entre tiras, porros y caifanes (1982) y Tormenta roja sobre México (1993), en la que se muestran los aspectos más negativos de los gobiernos priístas.

Con un contenido social, La vida no vale nada (1982), de Agustín Ramos, abarca temas políticos de México contemporáneo. En La difícil costumbre de estar lejos (1984), José María Pérez Gay aborda el fenómeno del poder y del fanatismo en un ambiente europeo. En 1985, Luis Spota publica Días de poder. Del mismo año es Morir en el golfo de Héctor Aguilar Camín, vinculada también a la Literatura del petróleo. De 1987 es Pasaban en silencio nuestros dioses, de Héctor Manjarrez. Al año siguiente sale a la luz Las cicatrices del viento, una novela política (1988), del periodista Francisco Martín Moreno.

Entre las últimas novelas de este tipo, cabe mencionar Charras (1990), de Hernán Lara Zavala, sobre un crimen político; La guerra de Galio (1992), de Aguilar Camín, sobre la guerra sucia y la situación política de México; Presidente interino (1993), del periodista Rafael Loret de Mola; Proyecto 68 (1993), de Jaime Cruz Galdeano, ligada a la Literatura del 68; La disculpa. Una novela política en tres actos (1993), de Francisco Martín Moreno, y El miedo a los animales (1995), de Enrique Serna, donde se plantea el problema de la hipocresía y la corrupción que invaden el mundo, también politizado, de la literatura, luego de tantas décadas de priísmo.

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