POR RAFAEL SANTOS
En el ejercicio de la política como ciencia, la palabra lealtad tiene un peso moral de trascendental importancia. Es imposible evaluar la lealtad si no es a través de una buena y efectiva práctica ética.
Cuando la lealtad hace contubernio con el dinero, la misma deja de ser una buena práctica moral para pasar a convertirse en politiquería, la cual en su gran mayoría, alumbra el clientelismo.
Mientras que la deslealtad casi siempre, viene acompañada de la falta de ciertos rasgos de ignorancia ética, y la que en muchas ocasiones, hasta ponen en entredicho la estabilidad de aquellas organizaciones que dicen llamarse partidos políticos.
Tal y como decíamos en un artículo anterior, muchas veces y debido a su pobre accionar éticos, los mismos partidos, son, en vez del propósito para el cual se han formado, muchos de estos, repetimos, pasan a ser corporaciones al servicio de ciertos intereses de aquellos que también dicen llamarse líderes.
En política, la lealtad es una de las claves para, y en determinadas ocasiones, izar la buena bandera de lo que debe ser la correcta formación que en términos éticos y morales, se hacen más que necesarios, imprescindibles, para el buen funcionamiento de nuestras sociedades.
Quienes trabajamos el tema de la política pero desde la óptica científica – educativa, no nos cansamos de clamar a viva voz otro tipo de accionar frente al triste estado en el que muchos que creyéndose políticos se están desenvolviendo.
La falta de un mayor y mejor grado de conciencia al interior no solo del liderazgo, pero basado estos elementos en la educación política, es lo que de manera soterrada está atrayendo hasta los mismos partidos, el fantasma del clientelismo, lo que al final y en un gran porcentaje, terminan en las funestas migraciones y en transfuguismo.
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