Homero Luis Lajara Solá
Santo Domingo, RD
Dada la importancia de la historia, los hechos ajenos a la realidad que no se aclaran se perpetúan para conocimiento erróneo de las presentes y futuras generaciones. Me veo obligado a hacer unas precisiones sobre lo publicado por mi amigo, el mayor general piloto Rafael Guillermo Bueno Vásquez, pasado jefe de Estado Mayor de la FAD, quien en el Listín Diario de este lunes 6, escribió un artículo intitulado: “Permanece intacto en mi memoria”.
Antes que nada me solidarizo con los conceptos expresados por el general Bueno Vásquez sobre la integridad, convicciones firmes y sensibilidad humana del mayor general piloto Juan Bautista Rojas Tabar. Pero la circunstancia histórica de ser el único testigo frente al presidente Leonel Fernández y el general Rojas sobre hechos que menciona el general Bueno Vásquez me obliga a dar este testimonio inédito.
Lo que voy a narrar no sólo “permanece intacto en mi memoria”, sino que está plasmado en la bitácora personal que llevo desde el 1987 a puño y letra, sobre los hechos de importancia acaecidos en mi carrera militar. Esto ocurrió en el 1996, hace casi 27 años. A los pocos meses de haberme nombrado como subjefe de la Policía Especial de Bancos del Estado (PEBE) me visitó un abogado para informarme que el jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, vicealmirante Gerardo Santana Solano, según una fuente confiable, había enviado al consultor jurídico de la M. de G. capitán de navío (coronel) Juan Ramón Frías ante el juez de instrucción del caso Narcizaso, recomendando que citara al capitán de corbeta (mayor) Luis Lee Ballester
Ese oficial se encontraba en Newport, Rhode Island USA haciendo el curso de Estado Mayor, y decían expertos penalistas que no iba a aportar nada al caso, pero la insistencia del jefe de la Marina, indicando que el hecho de que el oficial estaba fuera del país no impedía que le ordenaran regresar, motivó esa citación legal a Lee Ballester.
Con una indagación simple me enteré de que esa trama perseguía que el escándalo Narcizaso hiciera saltar del cargo al general Rojas Tabar, utilizando a Lee Ballester como carne de cañón, con la idea de que al ser Santana Solano el oficial general más antiguo y por sus contactos con un alto dirigente reformista lo iban a nombrar secretario de Estado de las Fuerzas Armadas.
La conspiración fracasó debido a que siendo yo un joven oficial con el grado de capitán de corbeta (mayor), el 30 de octubre de 1996, me presenté ante el secretario de Estado de las Fuerzas Armadas y denuncié la conspiración con datos precisos que el mismo teniente general Rojas comprobó.
En su despacho el teniente general Rojas me cuestionó: “que si me atrevía a repetirle eso que le dije al presidente Fernández ”, y le contesté que con el poder de la verdad se lo repetiría hasta al papa de Roma.
Con las coordinaciones protocolares de lugar, el general Rojas, el general Reyes Bencosme, director de inteligencia de las FFAA (J-2) y el suscrito, llegamos a prima noche al Palacio Nacional y antes de acceder al despacho presidencial, de manera sorpresiva, el general Reyes Bencosme prefirió quedarse en el antedespacho.
Ya en presencia del presidente Fernández repetí todo lo que anteriormente había narrado al más alto jefe militar de la nación, y le agregué a la histórica conversación lo siguiente: “señor presidente, al secretario de las Fuerzas Armadas lo están calumniando para hacerlo volar del cargo. Con todo el respeto, le sugiero poner en retiro a los militares que no quieren respetar la autoridad del general Rojas y comience con el jefe de la Marina, autor intelectual de la conspiración”.
El presidente Fernández lucía bastante preocupado, no era para menos, en un gobierno que apenas iniciaba . Antes de retirarnos escuché que le dijo al general Rojas: “váyase tranquilo general que yo resuelvo eso, le daré las instrucciones de lugar al Procurador General de la República, vaya mañana donde él y verá que todo va a salir bien”.
Saliendo del despacho, el presidente me colocó una mano en el hombro y dándome las gracias me expresó: “mayor Lajara, mañana resuelvo con lo de la Marina”. Preciso que no escuché decir al presidente que no podía en esos momentos poner en retiro a los conspiradores. Si lo dijo, no fue en mi presencia. Al otro día, 31 de octubre, me llevé tremenda sorpresa al ver al general Rojas en el despacho del Procurador General de la República emplazando públicamente al presidente de la República, delante de una batería de periodistas, expresando que si el presidente no colocaba en retiro a los generales conspiradores, entonces él se iba para su casa.
Ese mismo día me contactó vía telefónica el mayor retirado José Antonio Fernández Collado, padre del presidente, con quien tenía una estrecha amistad, comunicándome que me quería ver con urgencia. Me apersoné a su residencia y ahí me dijo: “acabo de recomendar al vicealmirante Paulino Álvarez como secretario de las Fuerzas Armadas y el presidente aceptó mi sugerencia, infórmale al comandante Paulino” .
Esa noche el presidente se dirigió al país y comunicó el retiro del general Rojas y el nombramiento del almirante Paulino Álvarez en el cargo.
Por lo que viví, entiendo que no es exacto decir que en medio de esa situación tan delicada el general Rojas no contó con el apoyo de su Comandante en Jefe. Y más que posteriormente, el mismo presidente, despejando cualquier duda sobre la conducta del general Rojas, excepto por el pasado emplazamiento público, lo reintegró a las Fuerzas Armadas en el 2006, y él lo aceptó.
Es un deber de los testigos de hechos trascendentales dar su testimonio, apegados a la verdad, sobre todo cuando todavía la mayoría de los protagonistas están vivos para presentar su juicio de valor. Ahí está el mío .
revistalaprensa55
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