Fafa Taveras: “Yo estuve preso 40 días en La 40”
- revistalaprensa55
- 29 may
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Don Rafael-Fafa-Taveras, durante la entrevista que concedió para el periódico HOY/ José De León.
“Había caído preso en 1960, con lo que viví una experiencia demoledora, imborrable, que está intrínseca en mi mente y en todo mi ser. Primero llegar a esa cárcel donde me esposaron y completamente desnudo me dieron una pela. Me tumbaron a los 51 fuetazos que me dieron y el policía que me torturó dijo textualmente: ‘Atiéndanme a ese bandido, que todavía está vivo’. Yo estuve preso 40 días en La 40, una cosa descomunal; eso me permitió vivir en mi propia piel, todo el horror de la tiranía”. Es el desgarrador testimonio de Rafael-Fafa-Taveras, durante una entrevista concedida a HOY, en la que, al narrar ese episodio de su vida, lo hacía desde lo más profundo de su ser.
A sus 86 años, con el pelo gris ya encanecido, una mirada diáfana que se enciende como un rayo de luz cuando recuerda su pasado heroico, es revelador que se está frente a una enciclopedia histórica que, con el alma de comandante y porte de caballero, abre la puerta de su vida y corazón para continuar con el relato.
“El oficial que estaba de turno en La 40, cuando yo llego me dice: ‘Quítese la ropa’ y la humillación que representa sentirse desnudo, esa degradación es un sentimiento inolvidable. Entonces, él buscó unas esposa y me las puso. Dos policías que estaban ahí, a uno le dio un alambre tejido en tres pedazos, era lo que usaban para golpes y torturas les dijo: -Atiéndanme ese maldito muchacho, pero cántenmele los golpes que le van a dar- y me llevó al coliseo, que era la base de una torre y comenzaron a contarme los golpes, y en el porrazo 51 me tumbaron; entonces, duré unos segundos en el suelo, luego me paré y fui a una llave que estaba ahí abierta: desnudo y sangrando, roto todo el pecho pude tomar agua”.
Tras un largo suspiro, mira fijamente como buscando un foco de concentración y prosigue: “Cuando estaba debajo del agua, el policía que me pegó más duro, que era el que tenía el bastión de alambre, se me acercó y me dijo: -Señor, yo no sé cómo usted se llama, por lo tanto, yo no tengo nada personal en contra de usted, pero entienda este es mi trabajo-. Yo levanté mis manos esposadas y dije -coño hasta el verdugo es una víctima-. Ese sentimiento lo cuento, porque fue un punto de partida permanente para mí, en el sentido de que no hay que tenerle odio ni rencor, porque solo es un instrumento del sistema, él no está actuando por sí mismo y en función de eso, el hecho de no tener odio ni temor, que me permitió entonces tener una mejor relación con todos ellos estando preso”.
Allí, en el aislamiento más extremo, Fafa Taveras también fue un testigo en primera fila de la tortura de otros perseguidos por el régimen de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. “Incluso, unos crímenes que yo vi, entre los cuales recuerdo el de un joven de Puerto Plata, que en mi presencia fue vilmente torturado hasta la muerte. Un día, el oficial de turno lo sentó en la silla eléctrica, que era para ese entonces un centro de tortura normal, lo amarró comenzó a discutir con él y movido por la respuesta de ese muchacho, sacó un cuchillo que tenía en la cinctura, como esos de Boy Scouts y le dio una puñalada. Yo presencié todo eso”, expresa con una nota de conmoción, impacto y tristeza.
¿Qué sintió usted cuando se enteró de la muerte de Trujillo?
El que me informó de la muerte de Trujillo se llamaba Pepe Sabetta, un sastre que estaba en la calle que en ese entonces se llamaba Las Caracas. Mi tío también era sastre y trabajaban juntos. Yo había salido de la cárcel, el Movimiento Popular Dominicano (MPD) había entrado al país antes de la muerte de Trujillo. El hecho es, que ese es el hombre que me llama a mí el 31 de mayo en la mañana -venga por aquí que tengo una cosa urgente que decirle- y me informa que ahí arriba vive una enfermera que le dijo que esta mañana llevaron el cuerpo muerto de Trujillo. Yo me espanté y le dije: ¿Cómo confirmamos eso? Me dice, yo te la voy a llamar para que ella te lo diga. Y esa pobre mujer asustada, me dice entre susurros, como para que las paredes no escucharan: el jefe está muerto”.
Y así, con un grito de libertad, corrió por todo el territorio nacional la muerte del déspota. “Eso despertó entre nosotros un sentimiento de regocijo de que ‘el maldito jefe’ estaba muerto. Como a las 10:00 de la mañana, vimos cientos de muchachos de la Escuela de Chile que salían corriendo despavoridos, porque entonces se regó en las escuelas y en todo el país que habían matado al jefe y suspendieron las clases y todas las labores, entre un ambiente de alboroto y alegría.









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