Pienso en el poema de Jorge Luis Borges: “A un poeta menor de la antología”, cuando valoro aquellos que, sin ser considerados los primeros de su generación, desbordan la estimación de sus contemporáneos. El argentino escribe: “Dieron a otros glorias interminables los dioses”. Sin embargo, ese que no creían tan dotado para el arte, resulta tan significativo como los que más estiman. Teócrito escribió églogas, epigramas, poemas bucólicos y paseó los sentimientos amorosos por campos y ciudades. Borges lo menciona como cantor; filosofa y se pregunta: “Pero los días son una red de triviales miserias, / ¿y habrá suerte mejor que la ceniza / de que está hecho el olvido?” (“El otro, el mismo», 1964).
Plinio Chahín (Santo Domingo, 1959), poeta, profesor de estética y ensayista, ha dado a la estampa su poemario “Si te parece irreal es coincidencia” (2024) en el que muestra una poesía depurada; fruto de un poeta que ha dejado atrás todos los andamios técnicos y demuestra lo que es verdadero en el arte poética: la correspondencia entre el lenguaje y el concepto, entre el pensar y los sentimientos. Su libro, compuesto por más de cien poemas, es un texto único; poco visto en estos tiempos, colmados de pretensiones y de imposturas.
Me atrevo a pensar que solo alcanzado, a mi manera de ver, por Alexis Gómez Rosa en “Marginal de una lengua que busca su forma” (2009), como un texto reciente de poesía que logra encontrar el espacio creado por la gran poesía dominicana que aparece con La Revista de la Poesía Sorprendida en la década de 1940 y que constituye una verdadera revolución poética en nuestras letras.
En este libro, Chahín canta al amor, pero ese es un decir, porque su obra no está escrita al estilo de la canción, más bien es una crónica amorosa que resalta por la celebración del cuerpo y se desplaza por distintas ciudades y toca diferentes culturas. No canta porque no es el verso que repite, que busca la rima, la sonoridad, el efecto, la retórica. Libre de todo eso, la prosa se hace en un espacio privilegiado entre el decir y el significar, construyendo un artefacto único que niega a la idea de ser un mero efecto del lenguaje poético.
Los autores del ochenta, tan metido en la crisis social, como navegante en las corrientes filosóficas, se han apartado de decir lo social a la usanza de la poesía comprometida de los años sesenta y setenta. Abordaron la poética desde una construcción diferente y, ya pasado los años, han retomado la poesía de amor sin dejar, a veces, de tratar el tema filosófico y existencial. En “Si parece real es coincidencia”, la celebración del amor, del cuerpo, del ir y venir, el cruce de ciudades y contextos culturales, nos muestran un mundo en el que los sentimientos, la mirada, la celebración, conforman la obra de arte que funda la novedad que trae la buena poesía.
La voz lírica se construye en el viaje: “Anochecer, regreso a Ítaca… / y ella huye por los elfos distraídos por su encanto” (1, 11). Este regreso marca el final del viaje y el inicio del poema. Mostrando una vez más que nuestros poetas hacen dialogar el aquí con el allá. Mientras el cantar a los cuerpos, a la voluptuosidad y al deseo abre un horizonte de significación que atraviesa todo el libro.
Chahín escribe: “Un cuerpo que delata su gozo a medianoche, pretéritos rumores de heridas ignoradas. ¿Por qué el cosmos atraviesa los abrazos que no di en procura de otros cuerpos?” (6, 16). El cuerpo deseante pide: “quédate conmigo en este ámbito, arrebata el caos al mundo en excesos y tormentas… quédate conmigo, y vuelve a germinar, que el mundo nos espera en otro brote” (7, 17). El poeta va poco a poco construyendo una erótica, un decir de los cuerpos, un encuentro y un referir los espacios. Los más cercanos y los más lejanos en los que el amor se puede narrar en su búsqueda y el cuerpo en su íntima celebración.
El sujeto enamorado, busca y desea, posee y narra. Narra los encuentros y las ciudades visitadas: “Oh magnífica señora… Te he robado para dejarme ir con la gracia sin fin, perfecto hinojo de cerrarme su misterio” (41, 52). “Todo es remolino hacia el invierno, allí donde la boca deshace el beso por entero, después de la larga noche oscura del deseo bajo las mantas de las manos” (43, 54). Y así surge un discurso poético “un acto puro condenado a repetirse para que caiga la noche en su vislumbre” (44, 55).
El tránsito del amor a la filosofía (de sentir y buscar los sentimientos de la carne, del banquete a las respuestas más generales de todas las cosas) es ya un elemento establecido en la poesía de esta generación. Podría decir que la segunda parte de este libro tiene ese envío, sin que pierda unidad y fuerza poética. Esto dado por una prosa y un registro poético que lo recorre por completo. Por ejemplo, en el poema 45 aparece esta línea: “gracia que remueve la vocación de brevedad, que se ajusta a cada súbita construcción de tiempo” (56) y esta: “el ser cura el amor con las danzas de sus alas” (57).
Como un nuevo Ulises de regreso a su Ítaca, el yo lírico compone su texto, organiza su sentido: “Oh Circe en oro, déjala que cruce el arco loco, llenando los dinteles del arcoíris, escondida en las alcobas, furiosa y magra” (47, 58). Y se pregunta: “¿adónde fueron a dar las velas del naufragio? Puro gozo, ofrenda en la falsa duración, porque nada después queda, apenas en la arena memoria de otros cuerpos” (55, 66).
Frente a la vida, el amor se enfrenta con el tiempo; esa fragilidad de lo que existe se enfrenta a lo absoluto de la presencia apoyada y celebrada en el cuerpo gozoso de los amantes: “El tiempo existe fuera de las cosas más errantes, de los límites inertes y del cuerpo. El tiempo siempre está tendido en vano, al borde de un oboe” (58, 69). Y apela al naufragio de los caballos de enormes alas de los dioses, que también sucumben al tiempo.
Los elementos clásicos que retornan en esta poesía, ecos de la presencia de un renacentismo que no ha cesado desde Góngora, Darío, Franklin Mieses Burgos o Rosario Ferré y Olga Nolla, aparecen aquí como “dulces columnas frente al mundo del placer” (65, 76). Un fuego que se reconstruye en variadas referencias a Eros y Psiche; a un corazón que ama y piensa sus límites.
En síntesis, «Si te parece irreal es coincidencia», de Plinio Chahín, es un poemario que sobresale por su depurada estética y por la profunda relación que establece entre el lenguaje y el pensamiento, superando las meras técnicas poéticas. Chahín, al igual que otros poetas dominicanos contemporáneos, aborda temas como el amor, el cuerpo y la experiencia urbana; pero lo hace desde una perspectiva que evita el verso tradicional, y crea una «crónica amorosa» que celebra la corporeidad y la cultura en diversos contextos. Este libro se sitúa en la vanguardia de la poesía dominicana actual, al tiempo que dialoga con el legado poético de generaciones anteriores, especialmente con los poetas de la Revista de la Poesía Sorprendida.
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