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Brillante y trabajadora: Cecilia Caballero



POR CHIQUI VICIOSO

La más bonita de mis amigas, presente en el museo Mella Ruso, el sábado pasado, fue Cecilia Caballero, ¿Qué haces aquí?, le dije, a sabiendas de que recién salía de cuidados intensivos.

«No podía dejarte sola en este homenaje» y la abracé como se abrazan los liris: con un miedo terrible a romperla, porque así de frágil, así de etérea, estaba esa mujer de hierro que era Cecilia.

Cecilia Caballero, Dagoberto Tejeda y Rafael Polanco Deveaux en el «Encuentro de Historias, recuerdos y anécdotas de San Cristóbal» del 8 de octubre pasado,

Ayer en la tarde me dijeron que había fallecido de un infarto y me quedé asombrada. Estás seguro?, pero eso es imposible, ella estaba tan feliz el sábado que bromeamos sobre lo difícil que es, que ha sido, para las trampas de la vida destruirnos. «Tenemos nuestros ejércitos protectores» no lo olvides, dijo, «y no voy a dejar de vivir para seguir viviendo».



Palabras proféticas porque hoy se ha ido esa mujer que era la más brillante egresada de la Escuela Diplomática: la más eficiente colaboradora, la más trabajadora de todas las funcionarias que he conocido, la más leal de las amigas; la mujer más envidiada por bonita y por brillante, algo que las feas (y no hablo solo de lo físico) no pueden tolerar.

«Si quieres ser feliz se mediocre», me repetía mi madre, «medra en la oscuridad del anonimato y nadie se enterará ni de que existes». Pero Cecilia era demasiado inteligente para pasar desapercibida, demasiado brillante para no provocar que le cerraran el paso en un predio lleno de arribismos y ambiciones desmedidas.

Cecilia salió de Cancillería para acompañar a su esposo, Nelson Moreno Ceballos, presidente de la Academia de Ciencias.

Yo los presenté porque le decía a Nelson que necesitaba a alguien como Cecilia, con su capacidad organizativa, su ingenio para la solución de los problemas, su innato talento para la organización. Su matrimonio fue una bendición para el país porque nunca la Academia alcanzó un renombre nacional e internacional como cuando Nelson la presidió, disputándole la dirección de las academias a nivel mundial aún a los Estados Unidos. A su lado, una mujer que ponía en alto la inteligencia, la cultura y la belleza de la mujer dominicana: Cecilia Caballero.

Esta ciudad se me despuebla de afectos. La muerte parece cebarse en mis amigos, como recordando algo que ya sé: que se aproxima. Yo la miro de frente y sin miedo, porque siempre he sabido que del otro lado están todos los que he amado, esperándome y que en un tiempo no muy lejano volveré a renacer, y esa vez como mejor ser humano, porque he venido a aprender aquí la humildad, la bondad, el amor.

«No me vas a ganar esta guerra» la digo, a sabiendas de que ella, la muerte, siempre la gana, algunas avisadas, como la mía, otras inesperadas, súbitas y demoledoras como la de Cecilia.

Ya sé, Vallejo, que hay golpes tan fuertes en la vida, como la ira de Dios. Tan fuertes en la vida que echan a perder hasta la más simple alegría.

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