De repente, como una moda repugnante surge un nuevo tipo de violencia contra las féminas. Hombres que de forma inopinada las golpean y quedan registrados en videos difundidos en las redes, muchas veces por la propia persona que grabó y que lo mismo que los otros espectadores, nada hizo para evitarlo.
Como un patrón, las muertes de mujeres tienen por temporadas métodos similares, y esas agresiones igual suelen concluir en el suicidio del feminicida de la misma forma en la que mató.
Así, los disparos, las puñaladas y la estrangulación entran a escenas por épocas, como si los victimarios siguieran la influencia del primero que actuó de ese modo y resulta que de esa misma forma acaban con su propia vida.
Ahora la tendencia es atacar por sorpresa a la pareja o ex, a veces en plena calle y sin importar quien los vea, sin el más mínimo respeto por sí mismos y por la persona afectada.
En un país en el que de acuerdo con la Sociedad de Siquiatría, el 40 % de la población sufre trastornos mentales, es necesario enfatizar en esa área, en la construcción de la nueva masculinidad y de la nueva femineidad.
La promoción del respeto en el hogar, en la pareja, en la comunidad es labor esencial de la familia, del Estado, de la sociedad y debe ser ejecutada antes de la agresión.
Claro que el efecto es mayor si la persona agresora recibe esa ayuda previo a cometer el hecho y no después en la cárcel o en terapia obligada por las autoridades tras maltratar.
Es una gestión de prevención que debe ser priorizada, sin estigmatizar ni justificar al agresor o agresora. Es labor que debe ser ejecutada con un organigrama serio, responsable y con ganas reales de erradicar ese lastre.
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